Dos mil veces
I
Una vez dos veces el cielo se rompió.
Una vez dos veces, mil veces dejó caer su llanto y su lívido sobre mis manos dolidas de ti, y de tu ausencia, la acompañé gota a gota en su dolor de parto que no me resultaba ajeno y extraje dos mil veces la saliva de las mariposas silentes, y de las ceibas perdidas donde contaba el flagelo a la que me sometí.
II
Una vez dos veces los perros maullaron en los tejados, y de nuevo esta escasez que me puso en marcha , las manos ocultas en tu espalda de espejos manchados, fueron encontrados para recitar el verso más amargo, y me quedé callada como no se hacerlo, y callé un segundo para escuchar tu sombra pasar por mis piernas, para sentir tus manos en mis pechos tibios por tu aliento, y me quedé callada para escuchar como pasabas sin decirme nada, y sentir el aroma de la hierva mojada, que nos embrujó en el alambre de su despecho. Y callada como no se serlo decidí esta mañana de un doce de mayo, hablar con el humo de mi cigarrillo en flama, humo sin peso y volátil, pero que deja sombra entre mi silueta húmeda de tu recuerdo atroz e infinito.
III
Una vez dos veces dos mil veces no quise saber más, ni donde vives, ni como te llamas, o con quien compartes mi cama. Duelo de genios en el arte de marchitar la hojarasca.
Te recuerdo hoy dos mil veces, ayer como una, y te lubrico el pensamiento y te refresco los labios con hielo crudo, de ese hielo que tú me conoces tanto.
No digas más de lo que escucho.
Callemos un instante para recordar el momento en que decidimos claudicar al mundo de fieltro y construimos uno de concreto: Irrompible, y fuerte.
Impenetrable como no es mi cuerpo, pero si mi alma y mi senil corazón.
Impenetrable como para ti no fue mi cuerpo, pero si mi propia existencia.
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