jueves, 8 de octubre de 2009


Mancilladas las conciencias colectivas,

y tu que te marchas,

¡ pero ya no me importa!

si te vas o regresas o te sientas

o te duermes,

no me importa si tu displicencia

me da de comer algún día,

(que nada grato sería)

¡ya no me importa!

ya nadie comprar versos baratos,

ni en los cruceros,

en los topes,

en la salida del circo

o en el cine.

Y si te digo que me chilla la panza,

o que se me riegan los ácidos dentro

no me cuestiones,

que solo mi tinta me comprende,

y los poetas que no son de escritorio,

y si te digo que te extraño,

tampoco lo dudes,

que esa imagen tuya,

ha sido la única inspiración

que me quedó,

el beso la musa, l

a trusa la perdí en cualquier lugar,

pero tu sonrisa,

eterna bastedad de sueños,

pero tu imagen mi amado,

fue la mejor herencia de la que pude gozar,

esa imagen que es

la que me sacude

para mantenerme viva.


Se acerca la hora,

y como aquel regalo indescifrable

que escapa de mi boca;

el destello perfumado

que se quedó a mi lado por siempre.

Quedamos dolidos de los costados,

por las mil veces que perdimos

la batalla

que se desojó entre líneas.

Este ruido no me dejará escucharte…

y este día, este día, mi amor…

es casi tan fresco

como aquel en que derrochamos l

a brisa y el llanto.

En que en una cápsula de agua,

decidimos ahogarnos

y morir para siempre.

Aniversario II


Dos mil veces

I

Una vez dos veces el cielo se rompió.

Una vez dos veces, mil veces dejó caer su llanto y su lívido sobre mis manos dolidas de ti, y de tu ausencia, la acompañé gota a gota en su dolor de parto que no me resultaba ajeno y extraje dos mil veces la saliva de las mariposas silentes, y de las ceibas perdidas donde contaba el flagelo a la que me sometí.

II

Una vez dos veces los perros maullaron en los tejados, y de nuevo esta escasez que me puso en marcha , las manos ocultas en tu espalda de espejos manchados, fueron encontrados para recitar el verso más amargo, y me quedé callada como no se hacerlo, y callé un segundo para escuchar tu sombra pasar por mis piernas, para sentir tus manos en mis pechos tibios por tu aliento, y me quedé callada para escuchar como pasabas sin decirme nada, y sentir el aroma de la hierva mojada, que nos embrujó en el alambre de su despecho. Y callada como no se serlo decidí esta mañana de un doce de mayo, hablar con el humo de mi cigarrillo en flama, humo sin peso y volátil, pero que deja sombra entre mi silueta húmeda de tu recuerdo atroz e infinito.

III

Una vez dos veces dos mil veces no quise saber más, ni donde vives, ni como te llamas, o con quien compartes mi cama. Duelo de genios en el arte de marchitar la hojarasca.

Te recuerdo hoy dos mil veces, ayer como una, y te lubrico el pensamiento y te refresco los labios con hielo crudo, de ese hielo que tú me conoces tanto.

No digas más de lo que escucho.

Callemos un instante para recordar el momento en que decidimos claudicar al mundo de fieltro y construimos uno de concreto: Irrompible, y fuerte.

Impenetrable como no es mi cuerpo, pero si mi alma y mi senil corazón.

Impenetrable como para ti no fue mi cuerpo, pero si mi propia existencia.

Sin destinos precisos.

Será el silencio cálido

que esta noche

nos perdone todo

será la humedad de la lluvia

la única que se atreva

a contar nuestra historia.

Te esperé mi amor,

para volar contigo al cosmos

te esperé para desayunar

y ahora es que estoy tan sola,

que no me queda otro consuelo

que seguir esperándote

para que no llegues,

y en la ausencia

me desnudes con las pupilas

y me acaricies con el rubor de tu piel,

mezclado con llanto.

A Jaime Sabines


Sabines es el amante de mis amantes,

Amantes de otoño.

Él es el culpable,

de un par de mis llantos,

ni su acento

ni su alfabeto comprendo.

Pero su tiple y su voz me sugieren,

su tinta no se disculpa,

ni reverencia a figura cotidiana

su tilde no se opaca o desvanece

Él es grande y seductor,

él cuenta con algo que yo no,

para encantar a los hombres

a los que me gusta enamorar.

Sabines no es indulgente

ante las de mala reputación,

o los ojos fálicos.

Sabines es un señor que no conozco,

pero cuyo aliento

ha dejado mi habitación

impregnada de escenas oníricas,

recovecos de ansiedad en mis senos,

ese hombre que no deja de ser niño,

y por ende de

ser

fascinante.